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Capítulo IV Inteligencia Emocional

Antes de entrar al análisis de la influencia de las emociones en el desarrollo humano, debo precisar en qué consisten éstas. Emoción proviene del verbo latino “motere”, mover, este verbo más el prefijo “e”, que significa alejarse, componen esta palabra, lo que implica que en toda emoción hay una tendencia implícita a actuar. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), define la emoción como una “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”. Estas alteraciones del ánimo intensas y pasajeras, llamadas emociones, son impulsos para actuar o planes instantáneos, como lo sugiere Goleman en su libro, independientemente de que estos impulsos se materialicen en acciones.
Esto es fácilmente comprobable al observar las conductas de los animales o de los niños. Cada una de las emociones cumple un rol, por ejemplo, el miedo es la emoción directamente relacionada con el instinto de supervivencia. Asimismo, cada emoción implica una serie de cambios fisiológicos, como bien lo señala la definición de la RAE, que prepara al organismo para dar una respuesta adecuada a cada estímulo. Cuando la emoción que embarga a un individuo es de ira, la sangre fluye a las manos, lo que prepara al organismo para golpear, el ritmo cardiaco se eleva y aumenta la producción de adrenalina, lo que da energía suficiente para llevar a cabo una acción vigorosa. Cuando la emoción es de miedo, la sangre se va a las extremidades, preparando la huida, por esto es que el rostro queda pálido, surge una serie de hormonas que pone al organismo en alerta máxima. La sorpresa también produce cambios fisiológicos tan notorios como el levantamiento de cejas, lo que permite un mayor alcance visual, a la vez que favorece la entrada de más luz en la retina, con el objeto de conocer con más detalle todo sobre el evento que produjo tal emoción.

1.- Estructura cerebral

Al estudiar científicamente la evolución del cerebro, se puede tomar más conciencia de lo determinante que son las emociones en el manejo de la vida. Como numerosos estudios han demostrado, el cerebro humano para llegar a serlo ha sufrido una serie de cambios. Comenzando por el tamaño; desde que apareció el antecedente más remoto de la especie humana, el cerebro ha aumentado en aproximadamente un kilo de peso. Y lo que sustenta la tesis de lo importante de las emociones en toda la historia de la humanidad es la forma en que ha ido desarrollándose. La parte más primitiva del cerebro de las especies más evolucionadas es el tronco cerebral, que rodea la parte superior de la médula espinal. Esta zona regula las funciones vitales básicas, como la respiración, el metabolismo, así como también las reacciones y los movimientos estereotipados; o sea regula la supervivencia. Desde el tronco cerebral surgieron los centros emocionales; y millones de años más tarde, se desarrolló la neocorteza o cerebro pensante. El hecho demuestra lo importante de la relación entre pensamiento y sentimiento. La raíz más primitiva de la vida emocional está en el lóbulo olfativo, donde se desarrolla el sentido del olfato, sentido supremo para la supervivencia, desde donde evolucionaron los centros de la emoción.
Cuando aparecieron los mamíferos, surgieron nuevas capas del cerebro emocional, integrando el sistema límbico, llamado así porque bordearon el tronco cerebral. Este nuevo sistema fue el encargado de añadir emociones adecuadas al repertorio cerebral. Con la evolución posterior, el sistema límbico refinó dos nuevos instrumentos, el aprendizaje y la memoria. Estas nuevas herramientas permitieron a los animales ser más inteligentes en sus decisiones, a través de las relaciones entre el bulbo olfativo y el sistema límbico, representado por el rinencéfalo, o cerebro nasal, una parte del tendido límbico y las bases rudimentarias de la neocorteza o cerebro pensante. Hace aproximadamente cien millones de años, sobre la parte superior de la delgada corteza de dos capas, zonas que planifican, comprenden lo que perciben, coordinan el movimiento, surgieron varias capas cerebrales que constituyeron la neocorteza, fuente de una gran ventaja intelectual. “La neocorteza del homo sapiens (…) ha añadido todo lo que es definidamente humano, es el asiento del pensamiento; contiene los centros que comparan y comprenden lo que perciben los sentidos. Añade a un sentimiento lo que pensamos sobre él, y nos permite tener sentimientos respecto a las ideas, el arte, los símbolos y la imaginación. En la evolución, la neocorteza permitió una juiciosa afinación que sin duda ha creado enormes ventajas en la capacidad de un organismo para sobrevivir en la adversidad, haciendo más probable que su progenie transmitiera a su vez los genes que contienen ese mismo circuito nervioso. Esta ventaja para la supervivencia se debe al talento de la neocorteza para trazar estrategias, planificar a largo plazo y desarrollar otras artimañas mentales. Más allá de eso, el triunfo del arte, de la civilización y de la cultura son frutos de la neocorteza. Permite sentimientos como el amor; las estructuras límbicas permiten sentimientos de placer y deseo sexual, las emociones que alimentan la pasión sexual. Pero el agregado de la neocorteza y sus conexiones con el sistema límbico permitieron que surgiera el vínculo madre-hijo, que es la base de la unidad familiar y el compromiso de largo plazo de la crianza que hace posible el desarrollo humano”1. Los reptiles, por ejemplo, que carecen de neocorteza, son incapaces de afecto maternal, cuando las crías nacen, deben esconderse para no ser devoradas. A medida que se avanza en la escala filogenética, la neocorteza se hace más grande, y se produce un crecimiento geométrico en las interconexiones del circuito cerebral. La neocorteza permite la complejidad de la vida emocional, pues a mayor número de interconexiones nerviosas, mayor es la gama de respuestas posibles. Pero la neocorteza no siempre proporciona todas las respuestas emocionales; cuando se presentan “emergencias emocionales” como dice Goleman, actúa el sistema límbico en forma independiente.
La neocorteza, como quedó señalado, es la zona del cerebro que procesa los estímulos y da una respuesta emocional competente frente a los mismos, lo que sucede con bastante frecuencia, pues el sistema cerebral está preparado para esto. Pero frente a determinados estímulos, o en ciertos otros eventos, la neocorteza no alcanza a dar una respuesta, pues el sistema límbico se adelanta para dar una reacción más primitiva y menos elaborada. Esto porque las conexiones cerebrales están hechas de tal manera que una parte de la información captada por el organismo se va a la neocorteza para que ella prepare una respuesta; pero a la vez una mínima parte de esa información se va directamente a la zona más primitiva del cerebro, el sistema límbico, que da una respuesta más instantánea y menos “razonada”, esto como resquicio de las primeras etapas de la evolución, en las cuales llegar a esperar una mayor elaboración podría haber significado la diferencia entre la vida y la muerte. El hipocampo y la amígdala, eran claves del cerebro nasal, que luego dieron origen a la corteza y neocorteza sucesivamente. Estas zonas están destinadas al aprendizaje y el recuerdo, y constituyen al sistema límbico. La amígdala es el depósito de la memoria emocional, por lo tanto la carencia de amígdala proporciona una vida despojada de significado emotivo. Para algunos, sin embargo, esta afirmación puede conducir a un acercamiento a interpretaciones de tipo lombrosiano.
Joseph Le Doux, neurólogo del Centro Para la Ciencia Neurológica de la Universidad de Nueva York, descubrió la importante función de la amígdala en la vida emocional, poniéndola en el centro de la acción y atribuyéndole funciones muy distintas a otras estructuras límbicas. Su investigación señala cómo la amígdala puede ejercer el control sobre los actos mientras la zona pensante del cerebro está tras una respuesta más elaborada. Según Goleman el funcionamiento de ella y su interrelación con la neocorteza están en el núcleo de la inteligencia emocional.
Le Doux ha concluido que las señales sensoriales del ojo y del oído viajan en el cerebro primero al tálamo y luego, en una única sinapsis, a la amígdala; una segunda señal del tálamo se dirige a la neocorteza, o cerebro pensante. Esta bifurcación permite a la amígdala comenzar a actuar antes que la neocorteza, la cual elabora la información a través de diversos niveles de circuitos cerebrales antes de percibir plenamente y por fin iniciar su respuesta más perfectamente adaptada. Esta investigación es la primera que encuentra vías nerviosas para los sentimientos que evitan la neocorteza, según Goleman. Entre los sentimientos que toman la ruta directa a través de la amígdala se encuentran los más primitivos y potentes; este circuito hace mucho por explicar el poder de la emoción para superar la racionalidad. Un conjunto más reducido de neuronas viaja desde el tálamo a la amígdala, según la investigación del neurólogo, lo que contradice el punto de vista convencional, por lo cual ella recibe algunas entradas directas desde los sentidos y comienza a dar una respuesta antes de que queden plenamente registradas por la neocorteza. Es más, el sistema emocional puede actuar con independencia de la neocorteza, tan es así que otra investigación señala que en las primeras milésimas de segundo luego de la percepción de un estímulo, no sólo se comprende inconscientemente de qué se trata, sino que se puede decidir si ese estímulo se hace agradable o no, a esto se le llama “inconsciente cognitivo”, o sea, se presenta a la conciencia no sólo la identidad de lo que se ve, sino también una opinión sobre ello. Las emociones tienen una mente propia, que puede sostener puntos de vista con independencia de la mente racional.
El hipocampo es capaz de recordar datos simples; la amígdala, en cambio, retiene el clima emocional que acompaña a esos datos, ella registra en la memoria la mayor parte de los hechos con un componente emocional significativo, cuanto más significativos estos hechos, más fuerte es la huella en el cerebro emocional. Todo lo anterior vale decir que el cerebro tiene dos sistemas de memoria, uno para los datos corrientes y otro para los que tienen carga emocional. A decir de Goleman, un sistema de memoria especial para recuerdos emocionales tiene perfecto sentido en la evolución, asegurando que los animales tendrán recuerdos especialmente vívidos de lo que los amenaza o les produce placer. Pero los recuerdos emocionales pueden ser guías defectuosas para el presente.
El sistema de memoria que funciona a partir de la amígdala tiene un método de comparación asociativo, por esto sus respuestas a estímulos son poco precisas, la amígdala comienza a actuar antes de tener confirmación plena acerca de lo que está sucediendo. La amígdala es capaz de asociar hechos presentes con hechos acaecidos en el pasado, este pasado puede ser tan remoto como la era prehistórica, o relativamente reciente, como la infancia. Goleman cita a Seymour Espstein, quien señala que la mente racional realiza conexiones lógicas entre las causas y los efectos, en tanto que la mente emocional es indiscriminada y conecta cosas o hechos que simplemente tienen características llamativamente parecidas” Las cosas para la mente emocional no necesariamente deben estar definidas por su identidad objetiva; lo que importa es cómo son percibidas. Esto, unido a lo anterior, explica cómo en ciertas situaciones las personas pueden ejecutar actos con consecuencias tan desastrosas. La mente emocional es en muchos aspectos infantil, y cuanto más lo es, más fuertes son las emociones. El pensamiento categórico, en el cual los sucesos y las cosas no admiten matices, es uno de estos aspectos; otro es el pensamiento personalizado, por el cual los acontecimientos son percibidos con una tendencia de las personas a centrarse en sí mismas. Otro factor que influye en el funcionamiento de la mente emocional es el estado de ánimo, que entrega un repertorio específico de respuestas para un hecho acaecido durante su predominio, el cual se hace más marcado en momentos de emoción intensa.
Creo que quedó expuesto de forma muy clara el funcionamiento de la parte del cerebro que responde de manera instantánea a los estímulos externos con los que pueden encontrarse los individuos. Ahora corresponde revisar otra parte del cerebro emocional, la cual es capaz de dar a esos estímulos una respuesta más adecuada y correctiva. Se trata de los lóbulos prefrontales, las zonas más importantes de la neocorteza, que como dije antes, es la que prepara esas respuestas que distinguen a los seres humanos de los animales.
El regulador del cerebro para los arranques de la zona límbica se encuentra en los lóbulos prefrontales. Al parecer, la corteza prefrontal se pone en acción cuando una persona es sacudida por sentimientos intensos. Esta zona neocortical origina una respuesta más analítica y apropiada a los impulsos emocionales, adaptando la amígdala y otras zonas límbicas. La zona prefrontal, en general actúa siempre regulando las reacciones emocionales; aquí, una serie de circuitos registra y analiza la información y organiza una reacción. Esta respuesta es más lenta que la proporcionada por la zona límbica, pues supone más circuitos, pero a la vez es más sensata y considerada. Al igual que sucede con la carencia de amígdala, cuando no existe trabajo de los lóbulos prefrontales, la vida emocional desaparece en gran medida. La importancia de la zona prefrontal en las emociones ha sido descubierta en los años cuarenta a propósito de la intervención quirúrgica llamada lobotomía, por la cual parte de los lóbulos prefrontales era extirpada o era desconectada de la parte inferior del cerebro. Una de las herramientas de la zona prefrontal para administrar las emociones, evaluando las reacciones antes de actuar, es amortiguando las señales para la activación emitida por la amígdala y otros centros límbicos; al parecer es el lóbulo prefrontal izquierdo el que desconecta las emociones perturbadoras. El lóbulo prefrontal derecho, es asiento de las emociones negativas, mientras que el lóbulo izquierdo controla las emociones no elaboradas, inhibiendo al derecho. A todas estas conclusiones se ha llegado a través del estudio de pacientes con diversas anomalías mentales, tanto a raíz de accidentes, como por intervenciones quirúrgicas de las mencionadas zonas del cerebro. Como cita Goleman, las conexiones entre las zonas prefrontal y límbica son fundamentales en la vida mental, son esenciales para las decisiones importantes.
“Las conexiones entre las estructuras límbicas y la neocorteza son el centro de las batallas o acuerdos entre corazón y cabeza, sentimiento y pensamiento. Este circuito explica por qué la emoción es tan importante para el pensamiento eficaz, tanto en la toma de decisiones acertadas, como en el simple hecho de pensar con claridad”.
Consideremos el poder que tienen las emociones de alterar el pensamiento. “Los neurólogos usan el concepto “memoria operativa” para la capacidad de atención que toma en cuenta los datos esenciales para completar un problema o una tarea determinados (…). La corteza prefrontal es la zona del cerebro responsable de esa memoria operativa. Pero los circuitos existentes desde el cerebro límbico a los lóbulos prefrontales significan que las señales de emoción intensa -ansiedad, ira y otras similares- pueden crear interferencias nerviosas, saboteando la capacidad del lóbulo prefrontal para mantener la memoria operativa (…) y la perturbación emocional constante puede crear carencias en las capacidades intelectuales de un niño, deteriorando la capacidad de aprender. Por ejemplo, en un estudio sobre niños de primaria con un cociente intelectual elevado, pero de pobre rendimiento académico, se descubrió mediante pruebas neuropsicológicas que tenían deteriorado el funcionamiento de la corteza frontal. A la vez que eran ansiosos, impulsivos y conflictivos, lo cual sugería un defectuoso control sobre sus urgencias límbicas. A pesar de su potencial intelectual, estos niños son los que tienen mayor riesgo de sufrir problemas como fracaso académico, alcoholismo y criminalidad, porque su control sobre la vida emocional está deteriorado (…). Estos circuitos emocionales están esculpidos por la experiencia a lo largo de la infancia (…)”
Urie Bronfenbrenner, citado por Goleman, psicólogo de la Universidad de Cornell, ocupado del bienestar de los niños, quien practicó un estudio comparativo internacional, señala: “En ausencia de buenos sistemas de apoyo, las presiones externas se han vuelto tan grandes que hasta las familias más fuertes se están separando (…) con una competencia internacional empeñada en bajar los costos laborales, lo que desencadena fuerzas económicas que presionan a la familia (…) ambos progenitores trabajan muchas horas, por lo que los niños quedan a cargo de la niñera-TV (…) más niños crecen en medio de la pobreza (…) cada vez más niños y bebés quedan durante el día al cuidado de alguien tan poco idóneo, que la situación se asemeja al abandono. Todo esto implica, incluso para los padres mejor intencionados, la erosión de los incontables, provechosos y pequeños intercambios entre padres e hijos que construyen las aptitudes emocionales”.
En numerosos estudios efectuados sobre poblaciones de niños en edad preescolar hasta la adolescencia, se ha llegado a la conclusión de que aproximadamente la mitad de aquellos que en sus primeros años son indisciplinados, resistentes a la autoridad, incapaces de socializar sanamente con los demás niños, etc. se transforma en delincuente en la adolescencia. Estos niños, en cursos superiores suelen convertirse en “matones”, así como a formar parte de grupos “proscritos”. Las niñas “malas”, generalmente no se convierten en violentas, sino en madres, tempranamente .
Advierto sobre lo peligrosas que son estas afirmaciones, sin embargo, creí necesario introducirlas, por cuanto dan cuenta de la importancia que tiene la atención temprana en el sentido que he venido indicando.
Gerald Patterson, psicólogo que ha estudiado la trayectoria de innumerables jóvenes hasta su adultez, sostiene que “los actos antisociales que comete un niño de cinco años pueden ser el prototipo de los actos de un delincuente adolescente”.
No se trata de dar cifras aterradoras, sino de señalar los efectos a que puede llevar una mala conducción emocional. Por supuesto que los casos descritos corresponden a niños que nunca fueron atendidos en este sentido. Por otro lado, existen cifras conmovedoras que indican que una atención adecuada a los niños que tienen comportamientos como los citados, puede hacerlos salir del círculo vicioso que puede llevarlos a delinquir. Más adelante, en este trabajo, está expuesto el caso de Juan Carlos Delgado, un niño que luego de haber exhibido todos los comportamientos “reprochables posibles”, hoy es una persona que incluso trabaja en beneficio de la comunidad.
El doctor en medicina Antonio Damasio2 ha efectuado serios estudios sobre cuál es la lesión específica de los pacientes que tienen dañado el circuito amígdala-zona prefrontal. La capacidad de tomar decisiones de los mismos está gravemente deteriorada, aun cuando mantienen intactas las capacidades cognitivas. Este doctor sugiere que las decisiones adoptadas por estas personas son tan erróneas porque perdieron acceso a su aprendizaje emocional. Lo que reflexiona la neocorteza, separado de la memoria emocional de la amígdala, ya no desencadena reacciones emocionales que han estado guardadas en la amígdala en el pasado, y todo adopta una gris neutralidad; estos pacientes han olvidado, por decirlo así, todas las lecciones emocionales, porque ya no tienen acceso a la amígdala donde están almacenadas. El cerebro pensante es el ejecutivo de las emociones. Como señala Goleman, en cierto sentido se tienen dos cerebros, dos mentes y dos clases diferentes de inteligencia: la racional y la emocional. En general la complementariedad del sistema límbico y los lóbulos prefrontales es la que da equilibrio en la vida, cada uno de estos componentes, en condiciones normales potencia al otro.

2.- Inteligencia Emocional

Como lo describió Goleman1 , ratificado por los descubrimientos de Le Doux, las bases de la inteligencia emocional se encuentran en las interconexiones que existen entre los componentes del sistema límbico y los componentes del sistema neocortical. Es decir, en la correcta armonía entre la mente emocional y la mente racional, representadas respectivamente por las estructuras más antiguas del cerebro humano y las más recientes. Esta armonía, si bien puede ser alterada negativamente por problemas de origen clínico; puede ser recuperada a través de muchos medios, entre los cuales se encuentran los ofrecidos por la psicología y más específicamente por los avances en la materia que se han producido en los últimos tiempos, a raíz del estudio de esa zona del cerebro que no había sido tomada en cuenta antes con suficiente atención.
Goleman, como adelanté en la introducción de mi trabajo, señala como elementos de la inteligencia emocional: la capacidad de automotivación, la perseverancia, el celo, el control de los impulsos en pro de un beneficio de largo plazo, mostrar empatía, etc. Ellos, según él son las claves de esta habilidad. La inteligencia emocional (I.E.), al igual que el cociente intelectual, puede ser innata, pero también, puede ser aprendida, y en eso es más flexible que el cociente intelectual, que en general tiene menos tendencia a modificarse. Se señala como primer eslabón para desarrollar esta habilidad el conocimiento de uno mismo -Sócrates hace siglos se ocupó de este tema, y lo plasmó en el sabio aforismo “Conócete a ti mismo”- esto incluye el tener conciencia de los propios sentimientos para, en un estado más avanzado, controlar las emociones. Luego del conocimiento del yo, viene el desarrollo de la empatía, que es una habilidad de esta inteligencia referida a los demás, sólo alguien que se conoce a si mismo puede ser capaz de interpretar los sentimientos ajenos, de manera de establecer relaciones interpersonales eficaces y satisfactorias tanto para si como para los demás. Muy ligada con lo anterior está la capacidad de influir en las otras personas, que es otro de los elementos que señala la tesis de la I.E. como expresión de habilidad social.

3.- Contenido de la Inteligencia Emocional

A.- Autoconocimiento
La piedra angular de la inteligencia emocional es la conciencia de los propios sentimientos en el momento en que se experimentan. En psicología hablan de “metacognición” para referirse a una conciencia del proceso de pensamiento, y de “metahumor” para referirse a la conciencia de las propias emociones; esto último es lo que dice relación con una atención progresiva a los propios estados internos. Algunos psicoanalistas llaman a esta capacidad “ego observador”. Esta capacidad al parecer exige una neocorteza activa, en especial en las zonas del lenguaje, para identificar y nombrar las emociones que surgen; se trata de una forma neutra que conserva la autorreflexión en medio de emociones inquietantes. En cuanto a la mecánica de la conciencia, los circuitos neocorticales están evaluando activamente la emoción, y esta conciencia de la emoción es la clave emocional fundamental para las demás, entre las que se cuenta el autocontrol emocional. Según Peter Salovey, creador de la expresión inteligencia emocional, conciencia de uno mismo es “ser conciente de nuestro humor y de nuestras ideas sobre ese humor”1. Aunque no es lo mismo ser conciente del humor que cambiarlo, esta conciencia es el primer paso para hacerlo. Según John Mayer , hay tipologías características para enfrentarse a las emociones:

  • Consciente de sí mismo: estas personas tienen cierta sofisticación, son seguras de sus límites, mantienen una actitud positiva frente a la vida, y cuando están de mal humor, pueden superarlo pronto sin obsesionarse al respecto.
  • Sumergido: personas entrampadas en sus emociones e incapaces de escaparse de ellas, en general no controlan su vida emocional, y lo sienten.
  • Aceptador: personas con tendencia a aceptar y en general no tratan de cambiar. Hay dos ramas, al parecer, de este tipo; los que en general tienen buen humor, por lo que cambiarlo no es aconsejable; y los que son susceptibles de mal humor, pero que no intentan cambiarlo, entre estas personas se encuentran las que tienen tendencias depresivas y derrotistas, que están resignadas.
    Hay personas incapaces de conocer y expresar cuáles son sus sentimientos, no es que no los tengan, sino que no tienen conciencia de si mismos, estas personas en psicología son llamadas alexitímicas; alexitimia proviene del griego: “a”, que significa carencia; “lexis”, palabra, y “thymos”, emoción. Es decir, son personas que carecen de palabras para expresar sus emociones y sentimientos. No se sabe con certeza qué es lo que provoca esta incapacidad, pero el doctor Sifneos piensa que puede deberse a una desconexión entre el sistema límbico y la neocorteza, sobre todo en los centros verbales de esta última, lo que es muy coherente con lo planteado anteriormente acerca del funcionamiento cerebral. En función del rol de la corteza en la sintonía emocional, se sugiere que por razones neurológicas algunas personas están dotadas para detectar más fácilmente la agitación de sentimientos positivos o negativos, y por lo tanto, son más conscientes de sí mismas. Hay dos niveles de la emoción, el consciente y el inconsciente. Cuando la emoción se convierte en consciente, queda registrada como tal en la corteza prefrontal. En este sentido, la conciencia de las emociones es la que da el segundo fundamento de la inteligencia emocional: la capacidad de superar los sentimientos negativos.

B.- Templanza
Goleman denominó a esta capacidad autodominio, Santo Tomás la enumera dentro de las virtudes cardinales, llamándola templanza. Esta virtud cardinal es una habilidad clave para llevar una vida sana. La euforia que provoca la alegría, el decaimiento y las pasiones fuertes, dan condimento a la vida, pero la sanidad se encuentra en el equilibrio de los sentimientos. Como ya quedó demostrado, cuando las emociones son muy intensas o son mal llevadas por largo tiempo, por las conexiones que existen entre las zonas límbica y neocortical, impiden un correcto funcionamiento de la “memoria operativa”, lo que se traduce en la incapacidad del cerebro para concentrarse en tareas de tipo intelectual, por lo que se genera una reducción de las habilidades cognitivas. Por esta misma perturbación, al mismo tiempo se pierde la capacidad de tomar decisiones correctamente en el plano emocional, pues cabe recordar que la neocorteza es la llamada a responder frecuentemente a estímulos de este carácter. Dentro de esta capacidad se encuentra la automotivación, que en el fondo implica un dominio de las emociones en la prosecución de un fin. Ella es la que permite plantearse metas de mediano y largo plazo, y por otra parte, renunciar a la gratificación de corto plazo.
Goleman señala que quizás no exista una herramienta psicológica más importante que la de resistir el impulso; según él, es la raíz de todo autocontrol emocional. Las personas con esta capacidad son capaces de interpretar que frente a ciertas situaciones la postergación resulta benéfica. “…la capacidad para postergar la gratificación contribuye poderosamente al potencial intelectual como algo separado del C.I. mismo. (El control deficiente del impulso en la infancia también es un pronosticador poderoso de la posterior delincuencia, también más poderoso que el C.I.) 1. Esto pone de relieve el papel de la I.E. como metacapacidad, determinando de qué forma las personas pueden usar sus otras capacidades mentales.
Sin embargo, hay quienes sostienen que éste es el planteamiento que ha conducido a la cada vez mayor proporción de niños, que desde su etapa preescolar, se encuentra sometida a tratamiento neurológico y farmacológico.
Asociada a la capacidad de automotivación está la esperanza, Snyder, citado por Goleman2, la define como “creer que uno tiene la voluntad y también los medios para alcanzar sus objetivos, sean éstos cuales fueran”. Según Snyder, las personas con altos niveles de esperanza comparten entre si ciertas características, entre las cuales está la automotivación, además de sentirse lo suficientemente hábiles para encontrar formas para alcanzar sus objetivos, asegurarse cuando están en aprietos que las cosas van a mejorar, ser sensibles suficientemente para encontrar diversos modos de alcanzar sus metas o modificarlas si se vuelven imposibles, y tener la sensación de reducir una tarea pesada en fragmentos más pequeños y manejables. La esperanza no puede ser entendida sin explicar al mismo tiempo el optimismo, los que son optimistas piensan que el fracaso se debe a algo que puede ser modificado, y que el éxito puede ser alcanzado en la próxima oportunidad; pero además, entre la infinita variedad de interpretaciones que puede tener el éxito, las personas con esperanzas suelen ser racionalmente realistas e instintivamente tolerantes con el medio social de que forman parte. Los pesimistas, en cambio, creen que las derrotas dependen de una característica personal imposible de superar. La capacidad para superar la derrota se plantea entonces como una herramienta más dentro del espectro de habilidades emocionales.
La esperanza y el optimismo, si bien pueden ser innatos, también pueden ser aprendidos, así como todas las otras habilidades de que he estado hablando.

C.- Excelencia
“Uno mismo se encuentra en un estado extático hasta el punto de que siente que casi no existe. He experimentado esto una y otra vez. Mi mano parece desprovista de mi propio ser, y yo no tengo nada que ver con lo que está sucediendo. Simplemente me quedo sentado, en un estado de admiración y desconcierto. Y todo fluye por sí mismo” 1
Transcribí la cita de Goleman para describir algo que guarda estrecha relación con lo que he venido planteando. Ese estado es llamado “estado de flujo” y es el que experimentan miles de personas que se han superado a sí mismas en la realización de alguna actividad que les gusta especialmente. Mihaly Csikszentmihalyi, puso este nombre al estado que acabo de describir, la zona en que la excelencia no requiere esfuerzo. Según Goleman, ser capaz de entrar en el flujo es el punto óptimo de la inteligencia emocional. “…el flujo representa tal vez lo fundamental en preparar las emociones al servicio del desempeño y del aprendizaje. En el flujo, las emociones no sólo están contenidas y canalizadas, sino que son positivas, están estimuladas y alineadas con la tarea inmediata. Quedar atrapado en el aburrimiento de la depresión o en la agitación de la ansiedad significa quedar excluido del flujo. Sin embargo, el flujo (o un microflujo más tenue) es una experiencia que casi todo el mundo tiene de vez en cuando, sobre todo cuando alcanza el desempeño óptimo o llega más allá de sus límites iniciales. Tal vez queda mejor captado por el extático acto amoroso, la fusión de dos seres en uno fluidamente armonioso.
Esa es una experiencia magnífica: el sello del flujo es una sensación de deleite espontáneo, incluso de embeleso. Debido a que el flujo provoca una sensación tan agradable, es intrínsicamente gratificante. (…) es un estado de olvido de sí mismo, lo opuesto a la cavilación y la preocupación (…) se caracteriza por la ausencia del yo (…) Y aunque la persona alcanza un desempeño óptimo mientras se encuentra en este estado, no le preocupa cómo está actuando ni piensa en el éxito o en el fracaso; lo que la motiva es el puro placer del acto mismo” .
Hay variadas formas de alcanzar este estado, una de ellas es concentrarse intencionalmente en lo que se está haciendo, la autodisciplina para alcanzar esta concentración no es fácil, pero consolidada, la concentración exige una fuerza propia que da al mismo tiempo el alivio de la turbulencia emocional y hace que la tarea resulte fácil.
“El placer espontáneo, la gracia y la efectividad que caracterizan al estado de flujo son incompatibles con los asaltos emocionales (…) carece de estática emocional, salvo por un sentimiento irresistible y sumamente motivador de suave éxtasis. Ese éxtasis parece ser un producto derivado de la atención, que es un prerrequisito del estado de flujo. En efecto, la literatura clásica de las tradiciones contemplativas describe estados de ensimismamiento que se viven como pura beatitud: un estado de flujo inducido exclusivamente por la concentración intensa. (…) el desempeño óptimo parece natural y corriente. Esta impresión es comparable con lo que ocurre en el cerebro, donde se repite una paradoja similar: las tareas más desafiantes se realizan con un gasto mínimo de energía mental (…) el cerebro está “fresco”, su excitación e inhibición del circuito nervioso está en sintonía con la exigencia del momento. Cuando una persona está ocupada en una actividad que capta y retiene toda su atención sin esfuerzo, su cerebro se “tranquiliza” en el sentido de que se produce una disminución de la excitación cortical.” 1
Me permití transcribir todas las descripciones, pues me parece que las palabras del autor son muy apropiadas para aclarar este fenómeno.

D.- Desarrollo de la empatía
Luego del dominio de todas las habilidades emocionales relativas al propio ser, surge la capacidad para desarrollar la empatía, que es a la vez herramienta y resultado de una habilidad referida al entorno. Sólo una vez que el autoconocimiento, y el autodominio, como mínimo, se han convertido en algo natural para una persona, ésta puede ser capaz de mirar y tratar a los demás con un sentimiento empático.
El diccionario de la Real Academia Española la define como “Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”.
Y si la empatía se practica habitualmente, significa habituarse a entender el punto de vista del interlocutor, e incluso a “asumir” o “justificar” su estado de ánimo. “Esto constituye, en realidad, un virtual deber profesional del abogado; particularmente en la función patrocinadora de personas que enfrentan un litigio” .
La palabra empatía proviene del griego “empatheia”, que significa “sentir dentro”, expresión usada por los teóricos de la estética para referirse a la capacidad de percibir la experiencia subjetiva de otra persona. Se dice que la empatía surge de la imitación física de la aflicción de otro, que evoca los mismos sentimientos en uno mismo; por ello el sentido técnico de esta palabra es “mimetización motriz”.
La empatía puede ser aprendida, y la mejor ocasión para ello es la infancia, esto normalmente va a suceder cuando el niño es tratado de esta forma por los adultos que lo rodean. Lo que es ideal. Pero para el caso en que no sea así, todavía se tienen formas de enseñar esta habilidad tan básica y a la vez tan importante para un buen desarrollo social. La mimetización motriz desaparece normalmente cuando los niños comprenden que el dolor ajeno es distinto del propio, y por lo tanto aparece la capacidad de consolar.
En los niños, la capacidad de la empatía se desarrolla progresivamente al ser objetos de llamados de atención por los sufrimientos que provocan en los demás, así como también de la observación de los demás, cuyas conductas imitan, frente a la aflicción de una tercera persona, y con mayor razón al percibir que sus necesidades son satisfechas de una forma que considera sus sentimientos.
“El costo emocional por la falta de sintonía en la infancia puede ser elevado, y no sólo para el niño. Un estudio de delincuentes que cometieron los crímenes más crueles y violentos descubrió que la única característica de sus primeros años de vida que los diferenciaba de otros criminales era que habían pasado de un hogar adoptivo a otro, o habían crecido en orfanatos… historias de vida que muestran una negligencia emocional y pocas oportunidades de sintonía
“Mientras la negligencia emocional parece entorpecer la empatía; se produce un resultado paradójico a partir del abuso emocional intenso y sostenido, incluidas las humillaciones y amenazas crueles y sádicas y la simple mezquindad. Los chicos que soportan estos abusos se vuelven hiperalertas a las emociones de quienes los rodean, lo que equivale a una vigilancia postraumática ante indicios que señalan una amenaza. Esta preocupación obsesiva por los sentimientos de los demás es típica de niños que han soportado abusos psicológicos y que en la edad adulta sufren los intensos altibajos emocionales que a veces se diagnostican como “transtorno fronterizo de la personalidad”. Muchas de estas personas tienen talento para percibir los sentimientos de los demás y es bastante común que informen haber sufrido abusos emocionales durante la infancia”
La empatía, al igual que otras facultades emocionales, al parecer también está determinada biológicamente, experimentos en primates demuestran que el cerebro está diseñado para responder a expresiones emocionales específicas. Corroborando esto, muchos pacientes con lesiones en la zona derecha de los lóbulos frontales son incapaces de interpretar expresiones en el tono de voz de los demás, por lo cual su capacidad de responder adecuadamente también se encuentra deteriorada. Otras personas, con lesiones en otras zonas de los lóbulos frontales, son incapaces de expresar sus propias emociones. La empatía exige autocontrol y serenidad; cuando en un momento de excitación emocional intensa el cuerpo se limita a seguir los movimientos del otro, se es incapaz de comprender qué está sintiendo.

E.- Habilidad social
Como requisitos básicos de esta habilidad deben considerarse, al menos, el autoconocimiento, el autocontrol y el desarrollo de sentimientos de empatía. La habilidad social dice relación con la capacidad de influir en los estados de ánimo de los demás. Y para esto es necesario tener control sobre las propias expresiones de la emoción. Las distintas culturas admiten ciertas reglas al respecto, es así como las culturas nórdicas y orientales fomentan el control de las emociones; en cambio, las culturas cercanas a los trópicos las manifiestan con mayor permisividad. A estas características se les llama “reglas de demostración”; y hay tres tipos básicos de reglas: minimizar: como ya dije, corresponde principalmente a las culturas asiáticas, en donde se exige una moderación en la expresión de los sentimientos; exagerar: hay una sobreexpresión de los sentimientos; reemplazar: también es una regla de las culturas asiáticas, por ejemplo, al no admitirse la descortesía, se reemplaza una expresión por otra menos dañosa para la persona que interactúa. Sin embargo, estas reglas no tienen una situación geográfica tan categórica, son aplicables por todos y dependiendo de las circunstancias. El adecuado manejo de estas reglas de demostración manifiesta una habilidad en el plano de las relaciones sociales. Esto con mayor razón al comprobar que las emociones son “contagiosas”, la transmisión se produce desde la persona con mayor energía a la que tiene menos; y sucede tanto con las emociones positivas como con las negativas. La transmisión se produce por una imitación inconsciente de las señales no verbales de las emociones percibidas; por esto las personas que no pueden transmitir o percibir adecuadamente las emociones, suelen tener problemas en sus relaciones. Cuanta mayor habilidad social, mayor control de las señales que se emiten. Por lo tanto, fijar el tono emocional de un encuentro, implica guiar el estado emocional de la otra persona, lo que implica también habilidad emocional social. Hatch y Gardner1 señalan cuatro elementos componentes de la habilidad interpersonal:

  • Organización de grupos: Capacidad básica de un líder, implica las capacidades iniciativa y organizadora de un grupo de personas en la prosecución de un fin.
  • Negociación: Típica del mediador, persona con la capacidad de anticiparse a los problemas, y evitarlos, o solucionar los existentes encontrando una respuesta aceptable para todos.
  • Conexión personal: Desarrollo óptimo de la empatía y de la conexión interpersonal. Las personas con estas características son ideales para el trabajo en equipo.
  • Análisis social: Implica la capacidad de interpretar y comprender los sentimientos de los demás; lo que conduce a una fácil compenetración.
    Como señalé al comienzo, para alcanzar estas habilidades es necesario tener desarrollado el autoconocimiento, y sobre todo, el autocontrol. Al ser la habilidad social muy valorada, se puede caer en el extremo de pasar por alto las propias necesidades en pro de mantener relaciones sociales que conviertan a una persona en víctima de su necesidad de aprobación, por esto el autocontrol debe estar siempre presente para que esa persona actúe en todo momento conforme a sus valores y sentimientos más profundos, sean cuales sean las consecuencias sociales. Esto es la integridad social.